sábado, 1 de agosto de 2015

Treinta y tres


Tengo un cielo abierto entre las piernas.
Tengo una nube de sangre siempre a punto de estallar.
He mordido el trozo que tenía la tranquilidad necesaria
para realizar alquimia en la cocina:
el ritmo concreto del paso a paso,
el placer del fuego lento y saber esperar.
Para respirar aromas y secretos
que otros escucharon antes.
Y me lleno las manos
de mar
y de tierra
al limpiar mejillones y puerros.
No sabía que me gustaba. No sabía cuánto me gustaba el olor a mar.
He llorado de felicidad
al comerme un pez que tenía, por debajo de las escamas,
trocitos de libertad.
Te empezó a gustar el jabalí el día que te pedí
que salieras conmigo a buscarlo,
la noche que te agarré fuerte del brazo
mientras lo oíamos respirar en la oscuridad.
Quiero arreglar una casa con mis manos.
Quiero devolverle a la casa pequeña su lugar.
He encontrado la llave del cofre que guardaba el instinto y la intuición.
Bienvenidos hoy de tan largo letargo.
He descubierto una pequeña colección de conocimientos silenciosos
que no sabía que existía,
no sabía que guardaba.
Y han esperado a que llegara este tiempo para aflorar.
He soplado treinta y tres velas
que había en una tarta.
He tirado un cable a tierra.
He llegado a mar en calma.


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